Soy Sara Béjar, tu futura fotógrafa de confianza
(y espero que de risas y batallas)
Me encantaría decirte que nací entre negativos y en una de esas salas oscuras con luz roja de revelado, o que desde bebé ya jugaba con cámaras en lugar de sonajeros. Pero la realidad es un poco menos poética.
Creo que mi primer encuentro con una cámara fue a los 6 o 7 años (o tal vez antes, quién sabe, mi memoria no es tan buena). Y no fue con una cámara profesional, sino con una de esas de plástico de feria, donde salía un muñequito por el objetivo acompañado de un pitido. Vamos, lo más cerca que estuve de ser una fotógrafa en ese entonces fue hacer fotos imaginarias.
Pero bueno, bromas aparte, mi primer encuentro con la fotografía fue a los 18 años. Mi hermana se casaba y le habían regalado una réflex. Mientras esperábamos a los fotógrafos profesionales, yo me puse a trastear con la cámara. Y, aunque al principio no sabía bien qué hacer, la cámara y yo nos entendimos bastante bien y nos lo pasamos de maravilla. Pero en ese momento yo estaba empezando la universidad y, honestamente, no pensé mucho más en la fotografía.
La carrera se me hizo cuesta arriba y, después de muchas vueltas y decisiones difíciles, decidí darle una oportunidad a la fotografía. Y, vaya, qué buena decisión fue. ¡Quién diría que aquel juguete de feria sería un presagio!
A lo largo de los años, he perfeccionado mis habilidades y desarrollado un estilo que captura tanto los momentos más serios como los más divertidos, porque creo firmemente que la vida es demasiado corta como para no reírnos un poco (o mucho) mientras la fotografiamos. Aunque en la mayoría de bodas acabo emocionándome escondida detrás de la cámara.
Como segunda fotógrafa, mi misión es ser tu mano derecha, tu ala izquierda y, si hace falta, hasta tu tercer ojo, para asegurarme de que no se te escape ningún detalle. Cada boda que hago como segunda fotógrafa la vivo como si fuera la principal, porque cuando me involucro, lo hago con todo: con cámara en mano y ojo de halcón, lista para capturar desde el beso más romántico hasta la tía que baila como si no hubiera un mañana. ¡Aquí estoy para ayudarte a inmortalizar cada momento!
Porque me encanta el trabajo en equipo: La fotografía es una pasión compartida, y trabajar como segunda fotógrafa me permite colaborar con otros fotógrafos talentosos. Me gusta ser esa persona en quien puedes confiar para capturar esos momentos adicionales que hacen que el álbum de boda sea completo. ¡Y siempre es más divertido tener a alguien con quien compartir las risas (y el café) durante una larga jornada!
Porque soy un «backup» con experiencia: A veces, la presión de ser la primera puede ser abrumadora. Como segunda fotógrafa, puedo estar ahí para asegurarme de que no se pierda ningún detalle y de que todas las bases estén cubiertas. Piensa en mí como tu red de seguridad profesional con años de experiencia. ¡Cero estrés y muchas fotos geniales!
Porque cada boda es una nueva aventura: Después de tantos años, todavía me emociona la idea de capturar momentos únicos. Ser segunda fotógrafa me da la oportunidad de explorar diferentes perspectivas y enfoques, sin la presión principal, y eso me permite experimentar, aprender y, por qué no, pasármelo bien mientras lo hago.
Porque amo ser el ninja de la cámara: Me gusta moverme entre los invitados sin ser vista, capturando esos momentos sinceros que todos adoran ver después. Es como un superpoder: estar en todas partes sin que nadie se dé cuenta, y siendo segunda fotógrafa, puedo ejercerlo al máximo.
Porque siempre se aprende algo nuevo: Por muy experimentada que sea, cada boda, cada evento y cada trabajo tiene algo que enseñar. Ser la segunda fotógrafa me permite observar, aprender y mejorar constantemente mi oficio. ¡Siempre hay espacio para crecer y evolucionar!
Porque me gusta jugar a «quien es quien»: Sin conocer ni a los novios ni a sus familias, soy muy observadora, y sin preguntar puedo saber que papel juega cada invitado y la importancia de no perderme sus fotos.
Así que ahí los tienes, mis motivos para ser segunda fotógrafa. Y créeme, estoy tan emocionada por ayudarte a capturar momentos increíbles como por hacer de tu vida de fotógrafo un poquito más fácil.
Soy canonista de corazón, salvo por aquella cámara de juguete de la que ya te hablé (todos tenemos un pasado, ¿verdad?). En mi arsenal tengo dos fieles compañeros: una Canon EOS 6D Mark II y una Canon R6. Mis objetivos preferidos son los fijos, especialmente el 35mm, porque nada supera la magia de un buen lente fijo. Pero, como la vida a veces necesita un poco de flexibilidad, también tengo un 24-105mm que siempre llevo en el cuerpo de apoyo, listo para cualquier situación que se presente.
En cuanto a la luz, siempre que ISO y la iluminación natural me lo permiten, evito usar flash. Pero no me confío demasiado, así que, por si las moscas y por si la luz decide jugar a las escondidas, siempre llevo en mi mochila un flash Godox V1. Después de todo, es mejor estar preparado que dejar que una foto quede en la oscuridad… literalmente.